lunes, julio 30, 2007
sábado, julio 21, 2007
Meme u ocho fragmentos de Hiena
No sé si cojo realmente el concepto de lo que es un Meme, pero voy a hacer como los monos y a proceder por imitación. Allá vamos.
1) Mis sospechas se confirman cada año que pasa: soy un adicto a todo tipo de narración, sea escrita, gráfica, animada, etc. Tengo una buena memoria para ese tipo de cosas y mi mente siempre anda llena de historias reales y ficticías, habidas y por haber, y no son pocos los que dicen que sería un buen cuentacuentos. Si alguna vez te encuentras conmigo en un callejón oscuro, lo más probable es que acabe contándote alguna historia (si estoy borracho, existe un 75% de posibilidades de que pertenezca a la épica escandinava).
2) Quizá sea un efecto secundario de lo anterior, quizá un trauma de la infancia o quizá residuo de mi afinidad a las artes marciales, pero no soporto las situaciones injustas. Una lucha desigual, una regla sin sentido, la burocracia laberíntica gratuita, los mangoneos y amiguismos sociales que hacen que gente inepta ocupe puestos que otros más preparados codician, etc. Enfrentarme directamente a una situación así es una de las pocas cosas que pueden hacerme perder los papeles (aunque una lucha desigual tiene su encanto si estás en el lado débil. Moloon labé!),
3) Me fascina buscar el origen y el verdadero sentido de las cosas, desde el momento en que a algún pirado se le ocurrió empezar a practicar lo que hoy en día es surf al significado de la palabra "amigo". Me dí cuenta bastante pronto de que mucha gente no entiende realmente el significado de muchas palabras importantes, así que decidí buscar mi propia definición de cada una. Sigo en ello.
4) Aunque suene mal decirlo, me encanta mi cuerpo. No porque sea más o menos bonito, ya que podría estar bastante mejor, sino por las satisfacciones que me da. Malpensados. Me refiero al placer que representa tener un cuerpo sano, sensible, con el que me llevo bastante bien y al que he cogido bastante cariño con los años. Al fin y al cabo, pasamos mucho tiempo juntos. Tiene sus coñas y a veces interfiere con mi raciocinio, pero en el fondo es majo y pienso seguir cuidándolo y disfrutándolo hasta que decidamos separarnos.
5) Soy un tipo encantador, es cosa de familia, pero puedo ser el ser más desagradable y cabrón del planeta si me enfrento a mi odiado archienemigo: la estupidez humana.
6) Tengo rituales para TODOS los actos de mi vida cotidiana. Soy Virgo, ¿qué esperabas?
7) Siento un placer perverso sacando a relucir los puntos flacos de la gente y haciendo que se enfrenten a ellos. Del mismo modo, me resulta delicioso llevar a la gente al límite de sus convicciones. No soporto las ideas fijas, firmes y bien asentadas, me producen urticaria mental.
8) Hay una cosa que me encanta de mí mismo, casualmente la misma que me saca de quicio. No muy en el fondo, soy un orgulloso: acepto mal las críticas la mayor parte de las veces, no soporto que me humillen o me infravaloren, y a veces parezco un tanto altivo y frío con algunas personas. Pero ese orgullo me levanta siempre que estoy a punto de tocar fondo, y sé que no permitirá que caiga por fuertes que sean los golpes. Y lo que es mejor, no me dejará ver a alguien perder su dignidad sin darle dos hostias para que espabile (N del T: no tomar en sentido literal, cachocabestro).
1) Mis sospechas se confirman cada año que pasa: soy un adicto a todo tipo de narración, sea escrita, gráfica, animada, etc. Tengo una buena memoria para ese tipo de cosas y mi mente siempre anda llena de historias reales y ficticías, habidas y por haber, y no son pocos los que dicen que sería un buen cuentacuentos. Si alguna vez te encuentras conmigo en un callejón oscuro, lo más probable es que acabe contándote alguna historia (si estoy borracho, existe un 75% de posibilidades de que pertenezca a la épica escandinava).
2) Quizá sea un efecto secundario de lo anterior, quizá un trauma de la infancia o quizá residuo de mi afinidad a las artes marciales, pero no soporto las situaciones injustas. Una lucha desigual, una regla sin sentido, la burocracia laberíntica gratuita, los mangoneos y amiguismos sociales que hacen que gente inepta ocupe puestos que otros más preparados codician, etc. Enfrentarme directamente a una situación así es una de las pocas cosas que pueden hacerme perder los papeles (aunque una lucha desigual tiene su encanto si estás en el lado débil. Moloon labé!),
3) Me fascina buscar el origen y el verdadero sentido de las cosas, desde el momento en que a algún pirado se le ocurrió empezar a practicar lo que hoy en día es surf al significado de la palabra "amigo". Me dí cuenta bastante pronto de que mucha gente no entiende realmente el significado de muchas palabras importantes, así que decidí buscar mi propia definición de cada una. Sigo en ello.
4) Aunque suene mal decirlo, me encanta mi cuerpo. No porque sea más o menos bonito, ya que podría estar bastante mejor, sino por las satisfacciones que me da. Malpensados. Me refiero al placer que representa tener un cuerpo sano, sensible, con el que me llevo bastante bien y al que he cogido bastante cariño con los años. Al fin y al cabo, pasamos mucho tiempo juntos. Tiene sus coñas y a veces interfiere con mi raciocinio, pero en el fondo es majo y pienso seguir cuidándolo y disfrutándolo hasta que decidamos separarnos.
5) Soy un tipo encantador, es cosa de familia, pero puedo ser el ser más desagradable y cabrón del planeta si me enfrento a mi odiado archienemigo: la estupidez humana.
6) Tengo rituales para TODOS los actos de mi vida cotidiana. Soy Virgo, ¿qué esperabas?
7) Siento un placer perverso sacando a relucir los puntos flacos de la gente y haciendo que se enfrenten a ellos. Del mismo modo, me resulta delicioso llevar a la gente al límite de sus convicciones. No soporto las ideas fijas, firmes y bien asentadas, me producen urticaria mental.
8) Hay una cosa que me encanta de mí mismo, casualmente la misma que me saca de quicio. No muy en el fondo, soy un orgulloso: acepto mal las críticas la mayor parte de las veces, no soporto que me humillen o me infravaloren, y a veces parezco un tanto altivo y frío con algunas personas. Pero ese orgullo me levanta siempre que estoy a punto de tocar fondo, y sé que no permitirá que caiga por fuertes que sean los golpes. Y lo que es mejor, no me dejará ver a alguien perder su dignidad sin darle dos hostias para que espabile (N del T: no tomar en sentido literal, cachocabestro).
domingo, julio 08, 2007
Hieno de Batallitas
Las tropas se congregaban a la salida de la gran tienda de campaña como feligreses a la espera de una aparición sagrada. La expectación llenaba el aire nocturno como una bruma casi tangible, mientras los soldados rezaban, cuchicheaban o incluso hacían apuestas sobre la suerte del viejo general. El muchacho se abrió camino sin dificultad entre los hombres, quienes creaban un sendero al cederle el paso en cuanto lo reconocían. Habían aprendido a respetarle, a seguirle sin dudar y a confiar en él; eso es lo que sus miradas le imploraban silenciosamente. Dinos que no va a morir, dinos que es inmortal, que se levantará una vez más como ha hecho tantas veces, eso le suplicaban. Esperanza.
Cuando apartó los cortinajes de la entrada, el olor del incienso y otras hierbas medicinales saturó su olfato. Varios ritones sostenidos sobre trípodes de bronce eran alimentados regularmente por varios apotecarios parsimoniosos, pero aparentemente incapaces de quedarse quietos. Con un gesto, el viejo general despidió a sus médicos y quedaron a solas el muchacho, el silencio y él. Por un momento, el interior de la tienda pareció inmenso, ocupado sólo por el camastro, una mesa de campaña llena de mapas y documentos y poco más. Al fondo, observando desde la penumbra como un testigo curioso, la armadura oscura del veterano colgaba vacía de su pie de madera.
La pulida armadura dorada del joven estratega y su impoluta capa blanca parecían estar fuera de lugar en aquel ambiente de penumbra que no dejaba a la vista más que una gama de grises y marrones, como si uno se viese envuelto de pronto en un gigantesco y antiguo pergamino. La inminencia de la muerte, el goteo de una vida que llega a su final, hizo que su juventud le pareciese insultante; sintió vergüenza, por un momento, como quien derrocha su dinero frente a un desarrapado. En el camastro, ante él, el poderoso pecho de su querido mentor se alzaba con una dificultad que contrastaba con su corpulencia. El veterano guerrero compartía, cada vez más, el color del ambiente que le rodeaba, como si poco a poco fuese disipándose hasta hacerse parte de la tienda que le había acompañado en tantas campañas. Incluso sus brazos, esos brazos famosos por su firmeza, yacían ahora con laxitud, su piel cenicienta surcada por un entramado difuso de antiguas cicatrices y tatuajes. Todo parecía haber sufrido como un mazazo inmisericorde y repentino el paso del tiempo. Todo, salvo su mirada.
-Eh, muchacho, aún no estás en mi velatorio. He pasado luchando toda mi vida, desde que me alistaron a la fuerza siendo más joven que tú. Algunos soldados piensan que esta reliquia, aquel ritual o cierto dios le protegerá de la muerte; otros se arrojan en la batalla como amantes desesperados o locos ebrios. A veces ocurre esto entre hombres que llevan demasiado tiempo cortejándola, se desmoronan y tratan de precipitar lo inevitable, tú ya lo has visto-el joven asintió gravemente, con las últimas batallas todavía candentes en su memoria-. Pero hay otros, unos pocos, que comprenden, que presienten, el modo en que la Parca reclama a los hombres. Ella baila con nosotros, los guerreros, danza a nuestro alrededor todo el tiempo, rozándonos, acariciándonos como una dama coqueta que sólo se deja seducir cuando ella lo desea. Por eso nunca la he temido, ni la he despreciado. Sabía de sobra que me encontraría cuándo y dónde quisiese, aunque debo admitir- dijo, mirando con tristeza sus armas-, que nunca pensé que sería así.
Cuando apartó los cortinajes de la entrada, el olor del incienso y otras hierbas medicinales saturó su olfato. Varios ritones sostenidos sobre trípodes de bronce eran alimentados regularmente por varios apotecarios parsimoniosos, pero aparentemente incapaces de quedarse quietos. Con un gesto, el viejo general despidió a sus médicos y quedaron a solas el muchacho, el silencio y él. Por un momento, el interior de la tienda pareció inmenso, ocupado sólo por el camastro, una mesa de campaña llena de mapas y documentos y poco más. Al fondo, observando desde la penumbra como un testigo curioso, la armadura oscura del veterano colgaba vacía de su pie de madera.
La pulida armadura dorada del joven estratega y su impoluta capa blanca parecían estar fuera de lugar en aquel ambiente de penumbra que no dejaba a la vista más que una gama de grises y marrones, como si uno se viese envuelto de pronto en un gigantesco y antiguo pergamino. La inminencia de la muerte, el goteo de una vida que llega a su final, hizo que su juventud le pareciese insultante; sintió vergüenza, por un momento, como quien derrocha su dinero frente a un desarrapado. En el camastro, ante él, el poderoso pecho de su querido mentor se alzaba con una dificultad que contrastaba con su corpulencia. El veterano guerrero compartía, cada vez más, el color del ambiente que le rodeaba, como si poco a poco fuese disipándose hasta hacerse parte de la tienda que le había acompañado en tantas campañas. Incluso sus brazos, esos brazos famosos por su firmeza, yacían ahora con laxitud, su piel cenicienta surcada por un entramado difuso de antiguas cicatrices y tatuajes. Todo parecía haber sufrido como un mazazo inmisericorde y repentino el paso del tiempo. Todo, salvo su mirada.
-Eh, muchacho, aún no estás en mi velatorio. He pasado luchando toda mi vida, desde que me alistaron a la fuerza siendo más joven que tú. Algunos soldados piensan que esta reliquia, aquel ritual o cierto dios le protegerá de la muerte; otros se arrojan en la batalla como amantes desesperados o locos ebrios. A veces ocurre esto entre hombres que llevan demasiado tiempo cortejándola, se desmoronan y tratan de precipitar lo inevitable, tú ya lo has visto-el joven asintió gravemente, con las últimas batallas todavía candentes en su memoria-. Pero hay otros, unos pocos, que comprenden, que presienten, el modo en que la Parca reclama a los hombres. Ella baila con nosotros, los guerreros, danza a nuestro alrededor todo el tiempo, rozándonos, acariciándonos como una dama coqueta que sólo se deja seducir cuando ella lo desea. Por eso nunca la he temido, ni la he despreciado. Sabía de sobra que me encontraría cuándo y dónde quisiese, aunque debo admitir- dijo, mirando con tristeza sus armas-, que nunca pensé que sería así.
domingo, julio 01, 2007
Hiena de Nada
Reduce a un hombre a ruínas y contempla lo que quede, pues será lo que en verdad es, aquello que nada ni nadie podrá arrebatarle, salvo él mismo.
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