martes, junio 19, 2007

Hiena Vacía

"Amargas son las lágrimas lloradas.
Más aún, las que no se lloran."
Proverbio Irlandés.

viernes, junio 15, 2007

Hiena Errabunda

El joven recorrió el campo con la mirada, perplejo y aún tembloroso; cada latido hacía que le retumbara el cuerpo desde las sienes hasta las rodillas. Tardó un tiempo indefinible en darse cuenta de que estaba conteniendo el aliento, y por un momento se sintió ridículo al ver que su mano permanecía petrificada en torno a la empuñadura de la espada.

Recuperó la suficiente cordura como para soltarla, asqueado, al verla cubierta de sangre de la punta a la cruz. Su espléndida armadura no se encontraba más limpia, su brillo tamizado por una capa irregular de barro y restos de sus enemigos. Incluso la tierra del suelo parecía harta de beber, oscura y encharcada. Una cacofonia de sonidos le hizo alzar la vista bruscamente, asustado como un niño, y miró confuso a la multitud congregada a su alrededor.

Los ajados estandartes ondeaban aún al viento cansado de la tarde y las tropas, lo que quedaba de ellas, lanzaban vítores, vítores llenos de entusiasmo, vítores por él. Se preguntó si estaban locos, si todo aquello no sería más que una pesadilla; sintió el deseo de gritar, de escapar, de arrancarse la pesada, sucia, opresiva piel de hierro que le cubría el cuerpo. Comenzó a sudar, dio un titubeante paso atrás, el primero de una desesperada huida a cualquier lugar que no fuera aquel, pero una mano le detuvo.

El contacto cálido y firme de aquella mano pareció atravesar el metal y el cuero hasta hacerse tangible y cercano, y eso devolvió al joven cierta entereza. El veterano general lo miró con sus ojos enmarcados en una confusa mezcla de arrugas y cicatrices, recogió su espada y la alzó en el aire, junto con el brazo derecho del muchacho. El griterío se convirtió en un trueno cuando la tropa prorrumpió en gritos y cánticos de victoria, y el general le habló en voz baja. Saluda a tus hombres, muchacho, ahora, más que nunca, son tuyos.

Pasaron las horas, el sol declinó y comenzó la odiosa tarea de retirar los cuerpos de los caídos y realizar los ritos de campo. No lo entiendo-dijo el muchacho, observando desde la parte alta del campamento-. Han muerto cientos, miles, la tierra rebosaba sangre esta mañana, ha sido una carnicería. Una carnicería a la que yo les he impulsado, y aun así me vitorean, me aclaman...Escúchalos, aún ahora cantan himnos de victoria. Es una locura.

Si, puede que estén locos por celebrar algo entre tanta miseria-contestó el general, sorbiendo sopa caliente, junto a la fogata-, pero han estado demasiado cerca de la muerte hoy, y eso sólo hace que se sientan más vivos. Hoy les has dado la vida, muchacho, les has dado algo que ninguno de ellos se atrevía a esperar, ¿no lo has visto en sus ojos? Esta mañana estaban muertos y ahora siguen vivos. El miedo había ganado esta batalla antes de que se descargase el primer golpe, pero tú se lo has arrancado del pecho y les has enseñado que el enemigo no es invencible, que sangra y que puede ser derrotado. Por eso, ahora te seguirán hasta donde tú quieras guiarles.

El muchacho calló. No importaba lo mucho que había estudiado el arte de la guerra, las horas que había pasado leyendo a los estrategas clásicos o soñando con la gloria. Se estremeció al pensar que aquella masacre sólo había sido el principio.

martes, junio 05, 2007

Hienoglíficos

¿Enanos egipcios? A mí, personalmente, me suena como un vikingo vestido con traje de luces, pero quien paga manda y estos pagan en British pounds, creo, así que pueden mandar lo que les salgade sus reales apellidos. Apellido, que por allí tienen uno, y gracias.